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Manifestación en Madrid el pasado 22 de marzo. Foto: Reuters
1. La manifestación del sábado en Madrid, convocada por las Marchas de la Dignidad, fue un éxito de participación. Se desarrolló en un ambiente pacífico, incluso festivo, y consiguió el objetivo que se había propuesto: movilizar a la sociedad alrededor del rechazo a las políticas de austeridad que están ahogando a millones de ciudadanos y devastando la clase media y trabajadora de este país. En los últimos días consiguió, además, romper el cerco mediático y abandonar la semiclandestinidad en la que se habían desarrollado las diferentes columnas.
2. Entrar en la guerra de cifras sobre los asistentes es, como siempre, un error y una estupidez. Los que estuvimos el 22-M en las calles de Madrid, desde Atocha hasta Colón, sabemos que allí no había dos millones de personas, como dijo la organización, pero tampoco 50.000 como llevaba El País en su portada al día siguiente. Lo relevante no solo es el número de convocados, sino el fondo de la convocatoria. Y las razones son nítidas: paro del 26%, precarización del empleo, condena a la miseria de miles de ciudadanos que ya no tienen ningún subsidio, falta de respuestas políticas, desproporción en el reparto de las cargas de la crisis y un retroceso alarmante en todos los derechos sociales.
3. Los altercados del final fueron lamentables, pero no reflejan el espíritu de la marcha, por mucho que quiera ponerse ahí el foco. Es evidente la participación de militantes de grupos extremistas que buscan reventar estos actos. También es evidente que la Policía cargó antes de que terminara la marcha y lo hizo además con especial dureza. Fue una batalla campal con una dureza que hasta ahora no se había visto en las manifestaciones en España. Los incidentes del sábado me parecen un salto cualitativo en la violencia social que provoca la crisis. Los efectos demoledores del paro echan gasolina a la calle. Fue Gramsci, que no era precisamente un mediocre, quien habló de “violencia legítima”. Atención a lo que pueda venir porque ni los números ni las previsiones indican que el sol vaya a salir en nuestra economía.
4. No creo que la manifestación preocupara o perjudicara demasiado al Gobierno. Sigue habiendo una clase media que mira para otro lado o que aún compra el discurso de la herencia recibida y del mantra “no hay otro camino que la austeridad”. Interior evitó las acampadas en Colón, que es a lo que de verdad tenía pavor después del precedente del 15-M en Sol. Y además tuvo imágenes de policías heridos y radicales extremistas con pasamontañas en Recoletos. Esa estampa no le hace ningún favor ante el exterior, pero disuade al ciudadano medio que rechaza cualquier cosa que no signifique estabilidad y no salirse del guion.
5. La manifestación estaba trufada de banderas republicanas, de IU, de las diferentes regiones, de las centrales sindicales y, sobre todo, del PCE. Cierto aire vintage, pero con miles de jóvenes. En Cibeles escuché cantar la Internacional, y eso es algo que a mis 33 años jamás había visto en el centro de Madrid. Las Marchas de la Dignidad sirven para que la movilización social, después de años de sesteo, empiece a cuajar. Pero aún adolece de la transversalidad de otras movilizaciones como las de la guerra de Irak y el Prestige. Entonces el PSOE estaba echado a la calle. Hoy lo está solo en un grupo de dirigentes, militantes y votantes que no comparte la ortodoxia de la dirección de su partido. Se juntan la falta de unidad de la izquierda, ya sempiterna, y un Partido Socialista incapaz de defender que el modelo social por el que luchan las mareas es el mismo que este partido construyó en la década de los ochenta. Puede que solo exista una protesta social de calado, y cuando digo de calado me refiero a que haga tambalear al Gobierno, cuando los dirigentes del PSOE vuelvan a ser aceptados en la calle.